27.8.13

Kovadloff

Filósofo, escritor y traductor argentino contemporáneo

"La belleza es la transparencia de una presencia. Cuando una presencia logra transparentarse, hacerse evidente, diría que hay belleza: epifanía. Y diría que hay verdad cuando, justamente, esa presencia alcanza a tener una incidencia persuasiva en nuestro entendimiento, en nuestra comprensión. Lo verdadero no es lo inequívoco, es lo imprescindible para uno". No hay géneros literarios [...] que tengan el monopolio de una cosa o la otra." Santiago Kovadloff [1]

Este escritor emplea el lenguaje como una herramienta, como un instrumento que mide la intensidad de cada palabra: la importancia de pronunciar su significado en el instante que corresponde. Construir un discurso. Buscar incansablemente la entonación de cada texto.
Utiliza el lenguaje para conocerse, palparse, tantearse: explorarse. Su identidad está en plena construcción. Siempre. Kovadloff sólo es el registro de un convencionalismo cultural: todos debemos poseer un nombre. Pero su personalidad desborda ese nombre. Lo alberga y lo supera. Inacabadamente. Y es en el juego de escribir donde encuentra esa indeterminación, ese espacio de contención tan provisorio como es el ensayo.
Así, juega a biografiarse en una especie de espejo deformante, que despliega en el acto de escritura, hasta desdoblarse. "Miro esa imagen y me veo al no reconocerme", escribe. Luego sonríe. Y espera...[2]

La escritura es para Santiago Kovadloff un acto de maduración.[3] O sea, no se escribe "para decir aquello se sabe de antemano, sino para llegar a saber qué se quiere decir y para verificar hasta dónde ese querer se encarna efectivamente en lo que se dice".[4]

Según Kovadloff, "La experiencia de escribir es vertiginosa. No necesariamente porque se desarrolla con velocidad, sino porque se desarrolla en una dirección que normalmente no está preestablecida. Cuando la dirección está preestablecida, no diría que llevamos adelante una experiencia de escritura, diría que lo que hacemos es más bien trasladar al papel lo que de algún modo ya tenemos claro o concebido. Pero para mí el auténtico escritor no es el que traslada al papel lo que ya ha comprendido, sino el que va buscando, mediante la escritura, la configuración de lo que quisiera entender. Habría allí una simultaneidad entre el proceso de enunciación y el proceso de configuración de lo enunciado. Cuando esto tiene lugar, la alegría de estar viviendo una aventura, y lo extenuante de estar viviendo una aventura, van juntos. Normalmente lo que proviene de una experiencia de esta índole sorprende, ante todo, a su propio redactor. Una vez escribí algo en lo que creo profundamente: Uno no escribe para decir lo que sabe, sino para llegar a saber lo que quiere decir".[5]


Anselm Kiefer, "Tormenta de rosas", de su serie La ruptura de las vasijas, 2000
Breaking the Vessels | Shvirat-HaKelim | שבירת הכלים
La escultura involucra un remolino de paja dispuesta sobre libros metálicos.


La identidad vacía (Santiago Kovadloff, 2009).[6]

Oscar Wilde visitó Nueva York a fines del siglo XIX. Un grupo de admiradores le hizo conocer, en esa ocasión, un flamante invento: el teléfono. Se le explicó que, si lo empleaba, podría hablar con Boston en un par de minutos. Wilde dejó correr su mirada por el extraño aparato. Luego, se volvió hacia sus anfitriones. "Y díganme -les preguntó-, ¿hablando de qué?"

Wilde había presentido una disparidad profunda que el siglo XX no haría más que acentuar: la disonancia entre la creciente posibilidad técnica de tomar contacto con los otros y la no menos creciente dificultad para poner en juego, en ese acercamiento, la propia subjetividad. Hoy, este contraste se ha agravado hasta convertirse en una contradicción. De ella proviene, en buena medida, la crisis de valores en la que hemos caído. Una crisis que, hace tres décadas, Edgar Morin supo reconocer: "Nos encontramos en un mundo que se nos presenta a la vez en evolución, en revolución, en progresión, en regresión y en peligro. Vivimos todo eso al unísono. Y nuestra incertidumbre consiste en no saber cuál de estos términos será, finalmente, el decisivo".

Entre esos bienes mermados por el descrédito, el de la identidad personal es uno de los más afectados. Nada parece más difícil que derrotar los enmascaramientos que operan como sucedáneos de identidad en el esfuerzo tantas veces patético por alcanzar alguna forma de protagonismo personal. Paradójicamente, el relieve público logrado por lo irrelevante no puede ser mayor. La pobreza expresiva y la experiencia insustancial han alcanzado su hora de gloria en los medios masivos de comunicación. Ya no se trata sólo de la menguada calidad subjetiva de lo que se dice, sino del nuevo estatuto público cobrado por lo intrascendente.

Pero no sólo la vulgaridad y la mediocridad contribuyen al auge de lo irrelevante. El sentimiento de inconsistencia subjetiva cuenta, además, con otras herramientas para transformar su miseria en presunta virtud. A lo soez, concebido como paradigma de autenticidad comunicativa, se acopla en nuestros días la arremetida aluvional de lo privado sobre lo público; un repertorio de costumbres agresivas cada vez más afianzado que violenta y echa por tierra la creencia de que los espacios compartidos con otros exigen cierto recato personal, alguna discreción. Hoy, los bares y restaurantes, por no referirme sino a lo más a mano, son auténticas zonas liberadas a la adicción telefónica. Llamadas realizadas o respondidas por celulares a viva voz, por no decir a los gritos, convierten esos lugares, otrora gratos, en auténticos vaciaderos informativos. Desde cada mesa se arroja hacia las demás un alud contaminante de noticias, opiniones, órdenes y contraórdenes, lamentos y fervores, que no revisten interés más que para aquel que lo recibe o emite.

Esta guerra de las voces, ejercida por todos contra todos mediante el malón telefónico que desató la época, presume que a nadie perturbamos evacuando en público lo que es absolutamente privado. Y así será mientras sigamos creyendo que nadie cuenta, salvo nosotros mismos, ocupantes exclusivos de un espacio que fue común y ya no vale como tal.

La irrelevancia del prójimo cunde por donde se mire. Y cuanto más y mejor se mire, se verá que se multiplican los escenarios donde ella irrumpe. La desconsideración de los demás y la propia y encubierta subestimación se complementan necesariamente. Enlazadas, ellas acentúan las sombras que oscurecen el panorama psicosocial de nuestro tiempo.

¿Servirá de algún consuelo recordar que este triste fenómeno de la búsqueda de protagonismo a cualquier precio no es nuevo, aun cuando haya modernizado sus recursos de supervivencia? [...]



Calcomanía emitida para el Mundial de Fútbol, Argentina, 1978

Argentina. "La argentina es una sociedad donde la experiencia no logra transformarse en enseñanza."[7] Pocos han dicho con más insistencia que él [Kovadloff] que "la Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de que el fragmento reemplace a la totalidad". Que debemos buscar una cultura orquestal, sinfónica, "abierta a la idea de integración, refractaria a la diáspora del conocimiento en infinidad de especialidades discontinuas".[8]


Chachi Verona, Calma, 2010

País. Debería ser siempre "un campo de indagaciones críticas, no de afirmaciones dogmáticas".[9]


Javier Inga, Prejuicio, 2009

Ley. "La ley acota la tentación del desenfreno." Ya que, "el hombre, librado a sus propios impulsos, tiende a la desmesura". No en vano "los griegos llamaron desmesura a la energía desbocada que promueve la conversión del alma al caos".[10]

Identidad. Jacques Derrida afirmó que la conciencia "es la urgencia de una destinación que lleva al otro". Kovadloff comprende muy bien la tradición bíblica y talmúdica allí expuesta. Es la que lo preparó para la comunicativa tolerancia, pero también para saber, como dijo Derrida, que "la muerte no es la nada", que la muerte del otro afecta siempre nuestra propia identidad.[11]


Fotografía tomada en Ivangorod, cerca de Kiev, Ucrania, 1942.
Archivos Históricos, Varsovia

Toráh. "Crónica de un atormentado elogio de la vigilia, convocando a la piedad y a la reflexión".[12]


Lo que resta hoy de los textos bíblicos de la Sinagoga de Wimpel en Worms, Alemania (profanada e incendiada por los nazis, "Kristallnacht", 9-10 de noviembre de 1938). Jüdisches Museum, Worms

Antijudaísmo. Un elemento inesperado y disonante en la contribución intelectual de Kovadloff es su resignada visión del antijudaísmo como "un mal sin remedio". Según él, el antisemitismo resulta "indispensable" para construir "un yo inequívoco", y ello, sostiene, se hace "en desmedro, siempre, del yo del otro. Odiar a los judíos [en teoría] equivale a saber de uno, en tanto no es judío pero sí antisemita, como alguien exceptuado del mal que ellos [supuestamente] encarnan y que deben representar necesariamente."[13]

Es aquí donde el pensamiento de Kovadloff inesperadamente mezcla conceptos de naturaleza bien distinta y termina por dejarlos en una condición prácticamente indiferenciada. Antijudaísmo y antisemitismo no son la misma cosa. El antijudaísmo teológico del cristianismo medieval no es precisamente sinónimo del antisemitismo racial nazi en el siglo XX. Tampoco los objetivos de cada uno de ellos son idénticos.

Cuestionable es la idea de que el antisemitismo resulte "indispensable" para construir "un yo inequívoco". Napoleón Bonaparte tuvo un yo perfectamente bien definido y no fue antijudío o antisemita. Y lejos está él de ser caso extraordinario por ello. En Occidente hay quienes además dedican a crear puentes entre comunidades y culturas diferentes. Ejemplos de diálogo y coexistencia se dieron y se siguen dando desde los albores mismos de Occidente, donde el intercambio de ideas generalmente no escaseó. Aunque tampoco faltaron en él masacres y genocidios.


Fosa común con víctimas asesinadas en masa. Bergen-Belsen, Alemania, 1945

Si bien es cierto que todo "maniqueísmo exige una clara división de aguas entre réprobos y elegidos", ambiguas son las palabras de Kovadloff cuando recuerda que "la judeofobia [...] viene prosperando desde hace más de 3.000 años".[13]

De las palabras de Kovadloff no es posible determinar qué lo lleva a considerar tres mil años y no (los) cuatro mil (del pueblo judío) o (los) dos mil (de la Era Común).

En el mundo actual no hay seguridad para nadie y esto vale también para los judíos, quienes más allá de su condición de ser tales, están expuestos a los mismos riesgos que cualquier otro ser humano. A esto, William Shakespeare lo comprendió ya en el siglo XVII y lo expresó mejor que nadie incluso residiendo en un país insular donde en ese entonces paradójicamente los judíos eran inexistentes (ya que del mismo habían sido expulsados). En El mercader de Venecia (acto III, escena I), Shylock, hebreo condenado por Occidente al infame ejercicio de la usura, indaga al espectador con estas palabras:

¿No tiene el judío ojos? ¿No tiene el judío manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? [...] Si se nos pincha, ¿no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿no nos reímos? Si se nos envenena, ¿no nos morimos?
Dadas las acuciantes circunstancias y el estudiado dramatismo en el que la pieza teatral se desenvuelve, aquello que Shakespeare pone en la boca de Shylock suele hasta hoy dejar a la audiencia sorprendida y boquiabierta. Y eso es porque Shakespeare sabe muy bien qué es la condición humana: él tiene muy claro que el hombre es el lobo del hombre, cosa que no precisamente es lo mismo que decir el judío es el lobo del hombre.

Drámatica es la vida y no sólo la condición judía. Ortega y Gasset con justicia señala en sus escritos que al ser humano segura sólo le es la inseguridad.

Es particularmente en ese aspecto formulado por Ortega que el pueblo judío nada tiene de elegido y todo de ser parte de la humanidad como conjunto.

En otro orden de cosas, y empleando un concepto persistentemente favorecido por los filósofos actuales, Kovadloff declara que "la judeofobia es una construcción". Y, en la abstracta esfera de la teoría, su terminología muestra ser apropiada. Pero en el campo de la práctica y de la coexistencia, ella presenta un problema mayor. Porque que la judeofobia implica no sólo una aversión prejuiciosa hacia "todo lo judío" sino también acciones en detrimento de todo ello (personas y cultura). En otras palabras, más que una construcción, la judeofobia es esencialmente una destrucción. Y una destrucción no sólo de "lo judío" sino de todo el espectro de posibilidades que la vida les ofrece a los hombres para reencontrarse, compartir y aprender los unos de los otros. Es particularmente por esto último que la judeofobia es susceptible de ser considerada una destrucción, tanto de "lo del otro" como de "lo propio".


Mariano Akerman, Asuntos espinosos (453 gramos de materia viva), 2009

Dejando a Kovadloff solo por un momento, podría agregarse que, metafóricamente, "lo judío" es un árbol siempre desarraigado, en tanto que "lo cristiano" es un árbol de navidad al que año a año se le amputa religiosamente su raíz (y esta tradición es mantenida hasta el día de hoy en las muy nevadas y también muy imitadas culturas norteñas). Se insiste en que la palma no es el pino; se olvida que pino y palma son dos expresiones que emanaron de un mismo Creador. Y también que cada una de ellas tiene su propia razón de ser así como ambas presentan por otra parte no poco en común.


Paula Mary Turnbull, Ecclesia et Synagoga (Iglesia y Sinagoga), cobre, c. 2000.

En sugestiva lengua teutona escribe Heinrich Heine el siguiente poema en 1827:

En el frío Norte y en desnuda cumbre
dormitando se halla pino solitario;
la nieve y el hielo le dan su vislumbre,
le exornan y envuelven en blanco sudario.

Y ante el cielo negro y en su cumbre helada,
tiritando sueña que en lejano Oriente
una palma sufre, silenciosa, aislada,
en ribera abrupta, bajo el sol ardiente.[14]
La fundamental escisión de las "especies" es solo trascendida por Heine a través del arte.


Wikimapia

Es allí, en la dimensión poética de Fichtenbaum und Palme, donde la escisión es superada gracias a un peculiar encuentro poético:

El pino soñaba con la palma.
La palma soñaba con el pino.[15]

Como nota Ortega y Gasset, "la palmera ecuatorial, que sueña con el pino del Norte en la poesía de Heine, nos conmoverá tanto más cuanto mejor sepamos que las palmeras no sueñan."[16] Y lo mismo es válido para los pinos. La poesía hace memorables e irreductibles son los ensueños de Heine.

Volvamos ahora al quehacer de Kovadloff. Al ligar el término judeofobia con construcción, Kovadloff tiende a tomar cierta distancia de un asunto evidentemente espinoso y al que considerará, acaso no muy deseoso de hacerlo. Él habla de "construcción", pero la judeofobia no es alguna especie de edificación mental sino una real máquina destructiva: una que, en el siglo XX, ha demostrado contundentemente el haber estado suficientemente aceitada como para llevar a cabo su macabra función. La SHOAH además ha puesto en evidencia que la expresión "el trabajo libera" -ese Arbeit macht frei que los nazis indefectiblemente colocaban sobre el acceso a los campos de asesinato en masa- no tenía nada que ver con algo constructivo, sino precisamente con todo lo contrario.


EL "TRABAJO" NO LIBERÓ A NADIE. Cadáveres parcialmente incinerados por los nazis. Campo de exterminio en Klooga, Estonia, 1944

Lejos de sólo ser una "construcción" intelectual, la judeofobia es un rasgo prominente del mundo actual, poblado en su gran mayoría por ignorantes, mediocres y conformistas, sin por ello olvidar a superficiales, consumistas y dañinos. En este sentido, nada nuevo hay bajo el sol y todo aquello que Erich Fromm escribió hace más de setenta años sigue hoy tan vigente como en aquél entonces. Basta sólo con leer las páginas de su libro El miedo a la libertad, publicado en 1942.


"Recuerda ante Quién estás". Dintel de madera con inscripción hebrea cuyo objeto es recordarle al creyente ante Quién comparece cuando se encuentra en una sinagoga. La inscripción fue intencionalmente dañada. Coronaba el arca que contenía los textos bíblicos de una sinagoga de Nentershausen, Alemania (profanada durante los desmanes de 1938). Jüdisches Museum, Frankfurt

Los seres humanos íntegros, debido al carácter propio de su naturaleza, no pueden permitirse ningún comportamiento de avestruz ante lo inhumano del desencuentro, ya se trate de personas o colectividades. Kovadloff informa que "la más sentida de las frases de Angela Merkel" es "La Shoah llena de vergüenza a los alemanes"; el autor comprende la necesidad de los alemanes actuales de "mantener abierta la pregunta [... con respecto al] genocidio industrializado", ya que el "mantener abierta esa pregunta significa decidirse a aceptar que ella [...] reclama [...] una convivencia atenta".[17]

Escrito está en aquello a lo que Kovadloff se refiere como el "Libro": "Hay un momento para todo en la vida, y un tiempo para cada cosa bajo el sol" (Eclesiastés 3).[18] Y de ello se desprende, entre otras cosas, que hay un tiempo para estar de luto y otro para seguir adelante, un tiempo para callar y un tiempo para llamar a las cosas por su nombre, un tiempo para el enfrentamiento y otro para la reconciliación. El no aplicarlo significaría no ver el espectro de opciones creativas que nos ofrece la vida. Probablemente hablaría también de concesiones ante propia la integridad: sería evidencia irrefutable de un deseo de vivir, pero con la cabeza en la arena.


Andreas Paul Weber, Cabeza en arena (Kopf im Sand), 1945

Los tres períodos. Original en el caso de Kovadloff es su modo de aproximarse a la historia e identidad del pueblo judío. Dicha historia solía hasta hace algunos años comenzar con Abrahám y culminar con la creación del Estado en Medio Oriente en 1948. El enfoque de Kovadloff va más allá de ese entonces. El ensayista considera tres períodos en la historia e identidad de pueblo judío. El primero se remonta a la Antigüedad y es de índole político-religiosa. El segundo comprende el Período Diaspórico (70 a.E.C - 1948 E.C.) y gira entorno a la condición de las comunidades judías apátridas, carentes de país propio. La tercera comprende aquello que sucede a partir de la creación del Estado judío levantino, la metamofosis que él sufre y los decisivos efectos colaterales que resultan o derivan de ello pasados ya más de setenta años de su existencia. El autor sostiene que a partir de 1948 tiene lugar "la extinción de la diáspora judía" y propone designar al nuevo período "posdiáspora".[19] Se trata de un fenómeno, explica Kovadloff, aún bastante indefinido. Es más, el mismo no está exento de profundas contradicciones. Y gran parte de ellas tienen su fundamento en algunos decisivos sucesos del siglo XX. Ellos incluyen la creación de un Estado, pero también -agregamos- la destrucción de un pueblo, o, para expresarlo con mayor precisión, dos.


"No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; yo soy el Señor." Levítico 19:18 [20]

Referencias
1. Santiago Kovadloff, entrevistado por Federico von Baumbach, 2007.
2. Federico von Baumbach, Entrevista a Santiago Kovadloff, Revista Esperando a Godot, N°11, Buenos Aires, 2007. Kovadloff
hace hincapié en la importancia que tiene el proceso de creación durante el acto de escritura en su ensayo Una biografía de la lluvia (2004), capítulo "El acto de escribir".
3. José Claudio Escribano, El escritor en la fragua de las palabras: Kovadloff, el intelectual y el hombre, La Nación, Buenos Aires, 10.6.2011.
4. Kovadloff, citado por Escribano, 2011.
5. En entrevista con Von Baumbach, 2007.
6. La identidad vacía, La Nación, Buenos Aires, 27.3.2009.
7. Frases y Pensamientos: Kovadloff, Argentina.
8. Escribano acerca de Kovadloff (a quien además el primero cita dos veces), 2011.
9. Idem.
10. Idem.
11. Escribano, 2011.
12. Kovadloff, citado por Escribano, 2011.
13. Kovadloff, entrevista por Alejandro Duchini, La Gaceta, 7.7.2013.
14. Heinrich Heine, "Der Fichtenbaum und die Palme" (1822-23), Buch der Lieder, 1827; véase Fichtembaum und Palme.
15. Idem.
16. José Ortega y Gasset, "Renan: Teoría de lo verosímil", 1909 (Obras completas de José Ortega y Gasset, Madrid: Revista de Occidente, 1961, vol. I, pp. 453-454); ver también Ortega y Gasset sobre la Metáfora y Verosimilitud y ficción, recop. Justo Fernández López, Hispanoteca, Universität Innsbruck, 1999 (18.02.08).
17. Kovadloff, Merkel, la Shoah y la memoria, La Nación, Buenos Aires, 30.3.2008.
18. Heine por su parte escribe en el prólogo a la segunda edición de su "Religión y Filosofía en Alemania", 1852: "Debo mi esclarecimiento simplemente a la lectura de un libro. ¡Un libro! Sí, es un libro antiguo y sencillo, tan modesto como la naturaleza, y tan simple; un libro que parece tan eficaz y sin pretensiones como el sol que calienta, como el pan que nos nutre; un libro que nos mira tan cordial y afectuosamente como una anciana abuela, quien, con labios amorosos y trémulos, y anteojos sobre la nariz, lo lee diariamente: este libro es sencillamente conocido como el libro--la Biblia. Con razón es llamado Sagradas Escrituras. [...] Los judíos, quienes son expertos en cosas preciosas, bien comprendieron lo que sucedía al tiempo que el segundo templo ardía en llamas, abandonaron los utensillos oro y plata, candelabros y lámparas, e incluso el pectoral con piedras preciosas del sumo sacerdote, para rescatar únicamente la Biblia." ("Religion and Philosophy in Germany" (1852), The Prose Writings of Heinrich Heine, Library of Alexandria, ISBN 1465562524, 9781465562524, sect. 9: "I owe my enlightment simply to the reading of a book! one book! yes, it is a plain old book, as modest as nature, and as simple; a book that appears as work-day-like and as unpretentious as the sun that warms, as the bread that nourishes us; a book that looks on us as kindly and benignly as an old grandmother, who, in her dear tremulous lips, and spectacles on nose, reads it daily: this book is briefly called the book--the Bible. With good reason it is called the Holy Scriptures: he that has lost his God can find Him again in this book, and towards him who has never known Him it wafts the breath of the divine word. The Jews, who are connoisseurs of precious things, well knew what they were about when, at the burning of the second temple, they left in the lurch the gold and silver sacrificial vessels, the candlesticks and lamps, and even the richly jewelled breast-plate of the high-priest, to rescue only the Bible").
19. Santiago Kovadloff, La extinción de la diáspora judía, Buenos Aires: Emecé, 2013; ISBN 978-950-04-3515-4
20. En adición a la incondicional devoción monoteísta exigida por los tres primeros Mandamientos, la última cita resume acaso como ninguna el contenido de los siete restantes. Hilel explicaba el humanismo que emana de la Toráh en términos de no hacerle al prójimo aquello que uno no quiere que le hagan a sí. Según él, todo lo demás es comentario.


Alberto Giacometti, El hombre que marcha, bronce, 1960
Fondation Maegth, Saint-Paul de Vence

Diversia: Shoá
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