14.1.16

EXPERIENCIA JUDÍA Y ARTE MODERNO

Columna Arte e Identidad, por PASSEPARTOUT
Verção portuguesa

Samuel Bak, Fuente de energía, 1989

La noción de modernidad en el arte judío está ligada a una profunda transformación en las comunidades judías europeas conocida como Haskalá, el Iluminismo judío. En hebreo, el terminó haskalá significa "educación". La Haskalá fue un movimiento socio-cultural que se desarrolló en dichas comunidades a fines del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX. La Haskalá promovió los valores emanados del Siglo de las Luces, procurando integrar a los judíos en las sociedades modernas. Incentivó asimismo una educación basada en el hebreo y la historia judía, pero alentó también los diferentes conocimientos seculares, incluyendo ello el estudio de otros idiomas. En este sentido, la Haskalá se distanció de la tradicional escuela de estudios religiosos mosaicos (yeshivá) y promovió la integración del pueblo judío dentro de contextos seculares, dando así lugar al primer movimiento político judío y a una verdadera emancipación en la esfera socio-cultural.

Moritz Daniel Oppenheim
Retrato de Charlotte de Rothschild, 1836

Caídos los muros de los guetos tras la Revolución Francesa, la cuestión identitaria pasó a ser un tema de amplio debate dentro de las comunidades judías. Como registro de la experiencia humana, las artes visuales proporcionan un valioso testimonio acerca del dilema del pasado frente a las ventajas que ofrecía la integración en contraste con los riesgos propios de la asimilación que involucraba el gradual deterioro o incluso la pérdida de las tradiciones ancestrales. Significativamente, lejos de ser ningún tópico fosilizado, tal dilema continúa aún hoy siendo vigente y encuentra también su correspondiente reflejo en las artes plásticas.

Estampa con Las etapas de la vida de un judío, Alemania, 1905-1910. La cromolitografía en cuestión pertenece tanto al arte asquenazí como al folklore visual del pueblo judío pero sin ser un objeto ritual del judaísmo. Nótese que la "lectura" de esta imagen —que incorpora una inscripción con cuatro palabras alemanas— solo tiene sentido si se hace de derecha a izquierda, tal como sucede con los textos que presentan caracteres hebreos. La inscripción alemana Von Stufe zu Stufe significa "De una etapa a otra".

Antes de la Emancipación de 1806, que tuvo lugar en Europa a partir de las conquistas napoleónicas y la implementación de los Derechos del Hombre heredados de la Revolución Francesa, difícilmente existieron artistas judíos seculares en el Viejo Continente. Entre las rarísimas excepciones, destacado fue Solomon Adler, quien consiguió trabajar con éxito como retratista en Milán durante el siglo XVII.

Adler, Autorretrato, c. 1680

Fue a partir del siglo XIX que un cauteloso pero paulatino avance del arte judío tuvo lugar en Europa. Los artistas hebreos se dedicaron a la pintura y escultura, expresándose en los diversos leguajes estilísticos del arte europeo. Ellos participaron y brindaron su propia contribución en corrientes artísticas tales como el Academicismo, el Romanticismo, el Realismo, el Impresionismo y prácticamente todas las tendencias del arte de vanguardia.

Experiencia judía y arte moderno

Uno los primeros artistas judíos de renombre fue Moritz Daniel Oppenheim, quien desarrolló temas tradicionales y escenas costumbristas en obras tales como Shabat, Pésaj, Sucot, Purim y Shavuot. Sus litografías fueron incluidas en Escenas de la vida de una familia judía tradicional, un exitoso volumen de 1866 y, consecuentemente, varias veces republicado. También costumbrista es el estilo de El regreso del voluntario judío de las Guerras de Liberación a su familia que aún vive según la tradición ancestral (1833-34), obra donde Oppenheim retrata el reencuentro del presente con el pasado. Es particularmente en dicho cuadro que el artista deja constancia de la nueva condición judía y las dificultades que ella involucra. Buscando integrarse dentro de la mayoritaria sociedad no judía, el protagonista judío de su obra intentó trascender los muros del viejo gueto y se enroló como voluntario en el ejército alemán: el uniforme que lleva puesto deja además constancia de su reciente participación en las Guerras de Liberación. Mientras que la hogareña escena de Oppenheim incluye numerosos artículos judaicos, el voluntario hebreo por su parte ha sido distinguido dado su valor en la batalla y porta por consiguiente la Cruz de Hierro, que es observada por su padre no sin cierta aprehensión. Indudablemente estos son los tiempos modernos y es precisamente aquí cuando la tradición se topa con la modernidad.

Oppenheim, El regreso del voluntario judío, 1833-34

En otra pintura costumbrista cuyo título es Una controversia cualquiera a partir del Talmud (1860-70), Carl Schleicher captura los gestos y actitudes de varios rabinos y judíos ortodoxos en pleno debate. El artista adereza con picardía las expresiones de convicción o rechazo, asombro o duda propias de los participantes del debate. Con todo, al retratarlos, Schleicher parece burlarse de ellos y casi llega a ridiculizarlos. El tema es en este caso tradicional, pero el motor que inspira la obra es osado y moderno, en tanto que relativiza y pone en cuestión el posible valor del debate talmúdico.

Schleicher, Una controversia cualquiera a partir del Talmud, 1860-70

Oriundo de Polonia, Maurycy Gottlieb fue aclamado por su cuadro Judíos orando en la sinagoga en Yom Kipur de 1878 (Museo de Arte, Tel Aviv). Pero no menos representativo de los cuestionamientos propios de ese pintor judío decimonónico es su Cristo predicando en la sinagoga de Cafarnaúm, trabajo comenzado también en 1878 y acabado un año más tarde (Museo Nacional de Polonia, Varsovia). Curiosamente, en 1876, Gottlieb se autorretrató no como Mordejai, sino como Asuero, el pagano monarca persa que esposó a Esther, la hermosa joven hebrea, a quien hizo su reina. En 1879, poco antes de morir, Gottlieb pintó dos retratos femeninos. Retrato de una mujer judía muestra una figura tradicional, algo distante y cuya mirada es esquiva, en tanto que su Retrato de mujer japonesa introduce una protagonista no solo más próxima al espectador, sino además con una mirada fija sobre los ojos de quien la contempla.

Gottlieb, Retrato de mujer japonesa, 1879

En Holanda, Jozef Israëls representó un lector judío al que se conoce como El rabino, pero ello de ningún modo le impidió al artista pintar también El pescador, La costurera y El zapatero. Relativamente tardía en la carrera de Israëls es su pintura Una boda judía (1903), obra que de hecho fue precedida por Niños en el mar (1872), Comida de familia de campesinos (1882) y Transporte de arena (1887), trabajos inspirados todos en cuestiones sociales, pero que no presentan ninguna especificidad judía.

Israëls, Niños en el mar, 1872

Destacado entre los impresionistas y divisionistas fue Camille Pisarro, cuyos iluminados paisajes en nada recuerdan ámbitos ligados a las tradiciones judías. Con todo, la apariencia y expresividad que caracterizan los Autorretratos de Pissarro sugieren un ser sensible y consciente de su propia condición judía. En esas pinturas, la triste mirada de Pissarro parece reflejar el injusto proceso al capitán Alfred Dreyfus y el resurgimiento del antisemitismo por toda Europa.

Pissarro, Autorretrato, 1900

Si bien un número considerable de artistas judíos emergió durante la segunda mitad del siglo XIX, la mayor actividad artística judía tuvo lugar inmediatamente después del fin de la Primera Guerra Mundial. Fue en ese entonces que los artistas judíos se incorporaron a los movimientos de vanguardia europeos e hicieron allí su aporte. Probablemente el renacimiento artístico hebreo tuvo su origen en el Quinto Congreso Sionista de 1901, donde fue incluida una exposición de arte con obras de artistas judíos, notablemente Ephraim Moses Lilien y Hermann Struck. Dicha exposición ayudó a legitimar el arte visual como expresión de la cultura judía. Destacada fue además la extraordinaria labor del pintor judeo-húngaro Isidor Kaufmann, quien realizó retratos de rabinos y judíos europeos, expresando en 1917: "Llegué a ser el pintor del judaísmo. Siempre busqué glorificarlo y exaltarlo. Me esmeré en revelar su belleza y nobleza, [haciéndolas a través e mi obra] también accesibles a los gentiles".

Isidor Kaufmann, Retrato de un joven, c. 1900

Aunque estilísticamente Kaufmann no fue un innovador, su mérito reside en haber retratado a la sociedad judía de su época con admirable realismo. Pero Kaufmann fue un caso singular y su clientela fue principalmente la burguesía judía de Europa, cuyas preferencias artísticas a menudo eran de corte conservador. La necesidad de abrirse camino en las sociedades cristianas condujo a no pocos artistas judíos a dejar de lado las tradiciones hebreas, en tanto que ellos aspiraban proyectar su arte hacia una dimensión universal. Ejemplo acabado de ello bien puede ser el arte de Amedeo Modigliani, cuya sensibilidad estética y originalidad plástica constituyen uno de los principales pilares del arte de vanguardia europeo. Sin embargo, ello parece no haber sido suficiente. Así, durante la apertura del curso Mavoh l'Omanut haYehudit (Introducción al Arte Judío), impartido en la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1997, la profesora a cargo del mismo formuló una pregunta categóricamente insólita: "¿qué tiene de judío el arte de Modigliani?"

Modigliani, Retrato de Léopold Zborowski, 1919

De los escritos de Ziva Amishai-Maisels se desprende que la definición del arte judío en tiempos modernos es compleja. El arte judío moderno ya no está dedicado a glorificar al Creador sino que responde a una necesidad de autoexpresión por parte del artista. Según Maisels, "el arte judío tradicional consistía en objetos hechos para ser empleados durante el rito judío, pero actualmente el arte judío raramente se encuentra ligado a la comunidad judía. Al contrario, los artistas judíos están completamente integrados dentro del arte internacional secular e incluso contribuyen considerablemente en los movimientos de vanguardia artística. Existen artistas judíos que tienden a asimilarse e incluso aquellos que cuando se expresan como judíos, lo hacen de modos no tradicionales. Entre muchos de dichos artistas, la interacción entre los aspectos judíos y seculares de su arte es problemática. Ello ha llevado a investigadores y académicos a debatir si todos los judíos que son artistas producen arte judío o si éste se da sólo en aquellos artistas que expresan su identidad judía" (Modern Jewish Art, 2008).

Para Cecil Roth, el "arte judío" es un asunto que se remonta a los tiempos bíblicos. En cada etapa de su historia, nota, el pueblo judío se expresó a través de diversas formas de arte: cada una de ellas reflejando modos o estilos que pertenecen a los diferentes contextos en los que los judíos vivieron. Según Roth, los artistas judíos siempre se adaptan al medio que los rodea (The Jewish Attitude to Art, 1969).

Es menester indicar aquí que existe una importante diferencia entre el punto de vista de Maisels y aquél de Roth. En efecto, donde Maisels percibe asimilación, Roth detecta integración.

El debate sobre un posible arte "judío" moderno es retomado por Adrian Darmon, quien en su obra Alrededor del arte judío explica que: "Hablar de alguna especie de arte nacional no puede sino ser un asunto polémico, se trate ya de judíos o de quienes no lo sean. [...] Mientras que jamás ha habido controversia ninguna acerca del arte judío ritual, la polémica sobre la existencia de un verdadero arte judío [moderno] continuará" (2003), dado que la naturaleza del asunto es ya de por sí cuestionable.

Pissarro, Valhermeil, Auvers-sur-Oise, 1874

Debido a ello, la expresión "arte judío" tiende a volverse irrelevante en lo que respecta al arte moderno. Dentro de la polémica evocada por Darmon, decisiva es una noción introducida por Avram Kampf en 1984. A diferencia de otros historiadores, teóricos y críticos contemporáneos, Kampf sutilmente reemplaza la expresión "arte judío moderno" por "la experiencia judía en el arte moderno".

Modigliani, Cabeza de mujer, 1911-12

De los escritos de Avram Kampf emana que en el siglo XX, los judíos tuvieron que vérselas con migraciones masivas, adaptación, la Shoá y una vuelta a las raíces. ¿Cómo dejaron su marca tales experiencias en el arte moderno? Es una pregunta que parece haber quedado en suspenso, pero también una que encuentra numerosas respuestas en los escritos de Kampf. Este historiador y crítico del arte considera artistas activos en el movimiento moderno y aquellos cuya obra responde a la experiencia mundial en términos generales, pero refleja también temas y preocupaciones judías que han marcado la turbulenta realidad colectiva del siglo XX. Muchos de esos artistas, más allá de haber nacido en Europa o América, en Inglaterra o Israel, fueron inmigrantes o hijos de aquellos que emigraron desde el este al oeste. Ellos, o sus padres, lucharon para adaptarse y sobrevivir en ámbitos extraños y paisajes nuevos, en tanto que procuraban preservar su identidad cultural. Algunos fueron prisioneros en campos de concentración o sobrevivieron escondiéndose, otros habrían de construir y defender un hogar en la antigua tierra. Muchos de ellos provenían de familias profundamente arraigadas en la fe judía y la cultura hebrea. Como individuos, los artistas judíos que vivían en grandes ciudades participaron en los movimientos vanguardistas europeos. En la mayoría de los casos, el trabajo y la vida de dichos artistas no existieron en dos esferas culturales diferentes sino en una que incorporaba elementos de ambas. Sea cual fuere su situación individual o historia personal, pocos pudieron ignorar los decisivos eventos que sacudieron las fundaciones mismas de la existencia judía en el siglo XX. Como artistas, ellos reaccionaron ante un mundo donde los valores que daban sentido a la vida humana, tanto individual como comunitaria, fueron estirados a más no poder y puestos a prueba, para dar entonces lugar a resultados inesperados. Kampf estudió los casos de Mordejai Ardon, David Bomberg, Marc Chagall, R. B. Kitaj, Jack Levine, Amedeo Modigliani, Mark Rothko, Chaïm Soutine, y Max Weber, artistas cuya obra, como conjunto, constituye "una expresión del pueblo judío, la catástrofe que se avecina, la Shoá, Israel y las tradiciones religiosas, filosóficas y humanistas que se nutren de las fuentes hebreas". Indudablemente, Chagall es el artista judío de mayor reconocimiento a nivel internacional, habiendo producido una obra rica en referencias hebraicas pero también trabajos donde la imagen de Jesús acompaña el Éxodo y las sucesivas migraciones del pueblo de Israel. Kampf explora dichos artistas y su obra plástica como parte de una investigación cultural sobre la naturaleza y el significado de la contribución judía al arte moderno. El concepto de experiencia judía formulado por Kampf pone en evidencia la irrelevancia e incluso la esterilidad del debate acerca de la existencia o no de un posible "arte judío" en tiempos modernos, así como de la determinación de su supuesta naturaleza y eventuales alcances. Según Kampf, el arte de verdad transciende toda posible categorización, porque "la obra de arte no se ajusta a ninguna de las categorías conceptuales que el pensamiento racional construye", sino que contrariamente, "las hace explotar a todas" (The Jewish Experience in the Art of the Twentieth Century, 1984).



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PASSEPARTOUT. Artista plástico, arquitecto e historiador del Arte. Investigador sudamericano especializado en comunicación visual. Conferencista independente com 12 premios internacionales en Arte y Educación.


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